sábado, 29 de agosto de 2009

ruven velozo


José, Feliciano y Rubén (de izquierda a derecha), los tres ex combatientes contaron cómo fue el 2 de abril de 1982.POR GUSTAVO LESCANODE LA REDACCIONTal vez fue la primera señal del devenir de algo que los marcaría para siempre en cuerpo y alma. Esa experiencia imborrable se les presentó como un viaje en medio de una negra tempestad por un furioso mar del sur con olas de hasta diez metros.Pero la tempestuosa travesía sólo fue la antesala de una guerra que arrasó con la vida y la juventud de una generación, y que después también la obligó a sobrevivir al olvido.Eran los últimos días de marzo de 1982 cuando el revuelto buque desvió su trayecto por la feroz tormenta que se empecinaba en frenar su marcha. Tras un par de jornadas de tensa espera por mejores condiciones climáticas, finalmente la embarcación llegó a destino para cumplir su misión: recuperar las Malvinas. Así, ese 2 de abril ingresó a la historia argentina.Con el correr de las semanas y la densidad de los hechos, también empezó a gestarse uno de los capítulos más punzantes de esa historia.A pocos días de cumplirse 26 años de ese hecho, tres ex combatientes correntinos contaron a El Litoral detalles del operativo de recuperación de las islas que protagonizaron como infantes de marina, especialidad que les tocó al hacer el servicio militar.José Rafael Brest, Feliciano Sánchez y Rubén Alberto Velozo viajan en el ARA “Cabo San Antonio” con rumbo a Malvinas para cumplir el objetivo encomendado de desembarcar durante la madrugada, reducir a los efectivos ingleses, controlar la ciudad y finalmente izar la bandera argentina. “Estábamos en distintos equipos, aunque dos éramos del mismo grupo dentro del mismo Batallón, cuando fuimos embarcados hacia las islas. Pero hasta ese momento no sabíamos el destino ni la misión y recién nos informaron la noche del primero de abril”, apunta Velozo.“Por el mal tiempo se postergó el desembarco. De lo contrario se habría hecho el 30 de marzo o el primer día de abril”, señala.Brest, Sánchez (de Capital) y Velozo (de Paso de los Libres) comenzaron la colimba en agosto de 1981 y en apenas dos días partieron hacia el sur. Tras más de seis meses de dura instrucción militar en Puerto Belgrano, hacia fines de marzo del ‘82 realizan un especial práctica de desembarco en la zona de Puerto Madryn. Nada hacía suponer que diez días después del ensayo tendrían que repetir esas acciones pero en Malvinas y con un enemigo en frente.Poco después del tormentoso viaje llegaba el Día “D”. Los oficiales les comunicaron cuál era la misión que en menos de 24 horas tenían que realizar. El silencio fue total en el buque apenas concluyó el informe de sus jefes. Después se fueron a dormir, pero muchos no lograron pegar un ojo.Finalmente, entre las 5.30 y las 6 inician el desembarco subidos a los vehículos anfibios. Los grupos lo harían en dos oleadas: una con dirección al aeropuerto y la segunda hacia Puerto Argentino. Velozo irá con los primeros y los otros dos con rumbo directo al caserío.“Había niebla y todo estaba oscuro”, describe José Brest. “La ciudad estaba sin luces: ellos sabían de alguna forma que llegábamos”, indica Feliciano Sánchez.Cuando apenas llegan a la costa, los reciben con una balacera. Desde ese momento, los hechos se desarrollan rápidamente entre corridas y fuego cruzado. De golpe sienten una bomba caer cerca de ellos, pero no hay herido. Después de casi 15 minutos de cubrir cuerpo a tierra inician el avance final. “Las balas pegaban contra las piedras y largaban unos chispazos: no me olvido jamás de esa escena”, dice Feliciano al recordar las acciones.Con las dos líneas desplegadas se cierra el círculo y las islas son recuperadas. “Después de los combates la ciudad quedó bajo control y comenzó a aclararse el cielo. Allí comenzamos con los allanamientos casa por casa, particularmente porque habían civiles que nos dispararon”, contaron.Efectivamente revisaron todas las viviendas del pequeño poblado y no fue tarea sencilla. “Había alambrados electrificados que cubrían la parte posterior de las casas”, indica Feliciano.En una de las viviendas encontraron un equipo de comunicaciones que estaba en un escondite detrás de un cuadro. La puerta del lugar la había abierto una amable anciana, “que incluso nos ofreció masitas”, señala Brest.Con el final de la misión, los infantes toman sus puestos de vigilancia, mientras efectivos del Ejército descienden de un avión para implementar un sistema de vigilancia. Así terminó ese 2 de abril, del cual en pocos días más se conmemorará el 26º aniversario

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